Hefesto quiso amar a su adorada
a salvo de miradas maliciosas,
llegando entre caricias silenciosas
al templo de la diosa más sagrada.
Se entrega a su Afrodita enamorada
cambiando pues miradas temblorosas.
Y estando los amantes entre rosas
surgió Cibeles como de la nada.
Jamás habrá castigo tan severo,
los cambia por idénticos leones
uncidos a su carro fuertemente.
Sintiendo en ese yugo tan austero
a quien no podrán ver por sus acciones
y solo oirán rugir eternamente.
Claudio Batisti