Como una mosca que incomoda tu pantalla,
como un pensamiento infantil que te desgarra,
como la voraz muerte, en el dolor de tu batalla;
así luce la maldad y el declive de tu fe
en todas las partes de tu ávida conciencia,
hasta en lo más ínfimo, de tu cálida existencia.
No te quejes de la vida y sus quehaceres,
observa como actúas en el transitar de tus calzadas.
Mira el interior de tu vivencia, y al fuego eterno,
al que insistentemente te condenas.
No patalees como un ser que apenas habla;
no escondas tu rostro, bajo una noche sometida, a la furia tempestuosa de la lluvia,
ni te mesas encantado por la soledad, y su encanto solitario de sirena.
No te escondas en esos pasatiempos persistentes,
para luego aparecer furtivo,
y reclamarle a Él, lo que te pasa.
No lo hagas. Él te ama. Pero tu te alejas,
te alejas como se aleja de la boca, el melancólico silbido.
No reclames lo que sucede en tu destino.
Vislumbra tu panorama y su contenido:
hasta la primavera y sus retoños, yacen corrompidos.
Si esos seres, que el mal, apenas y los toca,
lloran amargos, y se inclinan para aceptar su mal camino,
imáginate tú y tus pecados cometidos.
Has estado involucrado en la suciedad del mal viviente,
en la necedad del ateo, con su pensar influyente,
en cada lugar, donde tu espíritu prostestaba, con gritos de mártir oprimido
para que tu cuerpo no accediese.
Ahí estuviste y llorando te arrepentías, cual hipócrita
con sus falsos buenos días.
No protestes, no te quejes, no recurras al pasado
para fundamentar tu accionar, en estos días.
No te subleves al OMNIPRESENTE,al OMNIPOTENTE,
A MI SEÑOR.
Él te ama.
Él quiso lo mejor.
Pero tu naturaleza, ceñida a lo mundado,
no te deja ver el agua eterna y la luz de Dios.
(En este vacío de miradas y de gente,
dejo que reboten mis palabras,
ya que esto que escribo, es el eco de mi voz).