Madre tierra, tu que te nutres de la lluvia y sacias la savia en la profundidad de tus entrañas.
En estas horas yermas las paredes crujen durante el crepúsculo vespertino.
El frío penetra y mis huesos quejosos protestan.
No es mi vejez, sino aquellos años que a mi espalda arrastro, los que abrirán los brazos a la guadaña.