En abril de 1986, el reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl saltó por los aires, liberando a la atmósfera toneladas de material radiactivo(equiparable a 500 bombas de Hiroshima). Tras el accidente, se delimitó un area con un radio de varios kilómetros, denominada zona de exclusión, considerada inhabitable para las personas por sus elevados niveles de radiación. La ciudad de Prípiat se encuentra junto a la central nuclear, y sus 50.000 habitantes tuvieron que ser evacuados tras el accidente. Nadie podrá volver allí en los próximos 20.000 años, el tiempo estimado que tardará en desaparecer por completo el material radiactivo.
El cementerio de Prípiat
Hasta dentro de doscientos siglos
queda prohibido llevar flores
al cementerio de Prípiat.
Veinte milenios sin ningún
candidato a pagar la cuota
de mantenimiento de nichos
porque nadie ocupará la vacante
de cobrador de mantenimiento.
Para entonces nadie sabrá
que allí hubo un cementerio
porque en el año veintidos mil
después de Cristo, nadie recordará
ni quien fue Cristo.
Hace veinte mil años vivíamos
en cuevas y dentro de otros
veinte mil, tal vez las cuevas
vivan dentro de nosotros.
Quizás una vez cada siglo,
una pareja de jóvenes,
espoleados por el morbo
de burlar la prohibición,
entren en un edificio de Prípiat
y hagan el amor
sobre polvo de cristal.
Se subirán a la azotea
y, haciéndose llamar Uranio y Plutonia,
fantasearan con una ciudad
entera para ellos solos,
pero no hablarán del cementerio.
En el transcurso de doscientos siglos,
en las telarañas ultravioletas
quedarán atrapadas muchas
luciérnagas de neón
y algún pájaro carpintero
conseguirá perforar el acero.
Las tormentas de rayos x
se sucederán radiografiándole
las raíces a unos abedules
que seguirán abriendo ventanas
con la punta de sus ramas.
La noria continuará girando
movida por vendavales radiactivos,
y tarde o temprano, sus pilares
cederán ante el peso del tiempo
y saldrá rodando en su intento
por salir de la zona de exclusión.
Lo consiga o no, terminará
bamboleando sobre su borde
como una moneda, y quedará
acostada para siempre, a la espera
de ser engullida por la tierra.
Incluso la fosilizada viruta
de las gomas de borrar
se habrá volatilizado
cuando pasen veinte mil años,
y los moradores del cementerio
seguirán soportando
las inclemencias
de una inhóspita eternidad.