Alberto Escobar

Lo intenté.

 

Eres un universo de agua mineral,
nada más y nada menos.


—Inspirándome en Juan Luis Guerra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Ayer intenté no ser yo mismo
y se levantaron de la mesa los generales.
Anteayer intenté no ser yo
y el gallinero rompió a cacarear
como si las trompetas de Jericó.
Mañana intentaré no ser yo mismo
y los doce jueces alzarán el mazo
dictando lúgubre sentencia, no puede ser...
La hora de jugar a esto ya acabó,
la edad de jugar a ser otro se cayó
como hoja marrón de un árbol otoñero,
como el arbusto calcinado del que brotó verde
un tallito de esperanza y en el que Don Antonio
quiso ver el florecimiento de su Leonor,
y donde yo quiero ver el hierro de mí mismo,
de mi fortín identitario sin saber su contorno,
sin saber cuánto abarca y cuál es su término.
He querido rebelarme contra mí mismo
para saberme qué pasaría —escuché voces
dentro que tronaban como volcanes de hielo,
como si el monstruo del lago Ness saliera
a demostrar su existencia no mítica.
He osado no ser como un Prometeo 
que buscase las vergüenzas de un Zeus
ya desvergonzado de por sí —y no he podido.
Lo he intentado y he desistido ya, de por vida,
no vale la pena salir del camino para trazar otro,
se hace camino al andar y ya he andado mucho,
pero no me gusta mirar atrás y ver tanta senda
serpenteante detrás, me hace viejo y no me siento.
Quizás sea porque quiero volver a empezar,
volver a la casilla de salida, volver a nacer,
volver al útero que me forjó, volver a oler quizás
ese aroma materno que apenas puedo ya imaginar...
quizás sea eso, quién sabe.