Sus ojos pintan de azul
la tarde gris de mi existencia;
borran ausencias,
rebasan miedos,
despiertan ilusiones;
se espantan esperas infinitas
con una sola mirada suya.
Basta un parpadeo
para remover mis torbellinos,
y creer que el horizonte es conquistable
que puedo desafiar al viento,
darle calor al sol
y atrapar al relámpago entre mis dedos.
Sus manos amasan esperanza
y tejen sueños colectivos,
rozan el viento de la tarde,
acomodan las nubes pintadas de sol
para darle la magia que contemplo absorto.
Sus manos tocan mi alma
y mis labios,
acaban con la caricia fría,
limpian mi rostro cargado de llanto
casi infinito en inútiles afanes,
desgastado en desvelos y distancias,
cercado por efímeras promesas.
Su pelo es el mar agitado
el bosque, refugio de vida,
es el encanto y desconcierto,
la certeza de acabar enredado
o arropado en ternura y complicidad.
Sus labios, no lo sé.
Son el refugio de mis deseos,
el horizonte que se acerca,
la noche de luna y estrellas.
Son la llovizna fresca
en mis días de sol ardiente,
la palabra y el grito
por la libertad anhelada y peleada,
arrebatada y desterrada.
Sus labios son la entrada
al insondable universo del instante,
la eternidad fugaz de un beso,
de un aliento,
de la canción y el verso
el néctar,
la sal,
el inefable arder
de la hoguera.