RETRATO
I
Para el último retrato de tus súplicas
me cuidé de resaltar hasta la mínima
gota de sus reflejos.
De tu boca, acostumbrada a las
mentiras, me fue inevitable resaltar
sus grietas, por tan larga y nefasta
travesía.
Tu aliento, al que no conseguí aprehender,
te diría estar ya exhausto,
como está el indómito viento sobre las olas
del inmenso mar.
II
Conviene reconocer que muchas pinceladas
permanecieron ancladas en la soberbia
durante casi todo el desarrollo del proyecto,
a pesar de los enormes esfuerzos por cuidar y
potenciar la identidad del Perdón. Perdón que siempre
se sospecha que termina representado en la escena
como quizás, necesaria puerta de escape.
Puerta que nunca se sabrá
para quién se dibujó.
III
El cuadro termina siendo inmenso
mausoleo cromático.
Carece de punto de fuga.
En él se mezclan irregulares y espesas
capas de colores que el autor es incapaz
de gobernar y que ofrecen, por un lado,
el suave zumbido de ese tiritar que tienen los
pigmentos fríos y, por otro,
en un espacio que han ocupado con
cálidas tonalidades, el resultado de una
necesaria destilación más,
que termina por resudar entusiasmada sobre la tela.
IV
La obra obliga y necesita la presencia de símbolos
de muy diferentes significados,
algunos, nada fáciles de insertar y más difíciles
aún de ser correctamente interpretados,
como el autor pretende. Aquí ya no hay sitio
para disertaciones sobre la forma, el color, la materia…
Es territorio para la observación, la contrastación,
para el diálogo, la comunicación… que tienen como razón
de ser el final y mutuo entendimiento.
V
El artista, para acabar, antes de nada,
necesita saber, necesita sentir en su
interior satisfacción por el trabajo
realizado; aceptar íntimamente la obra, y no suele
tardar en saberlo.
A partir de aquí… ya es otra historia.