El rumor del viento anuncia una tormenta.
Nubes negras se arrastran
tronando en las salas del trópico.
Gotas obesas se desparraman sobre las copas,
rellenando el verde en lo verde
bajo el destello del cielo furioso.
Cántaros de agua repentinos
convocan ríos del subsuelo,
alborotan a los gusanos del fango
y conducen con maestría al coro de sapos,
fornicadores empedernidos
entre los helechos empapados.
La humedad afloja la piel,
las raíces crujen en pleno goce
de haber saciado su sed.
Una hoja muere,
desprendiéndose de un brazo,
un sollozo estrepitoso arremete las ramas,
en la superficie los insectos reclaman,
observan impacientes el lento descender del festín.
El rumor del viento anuncia una tormenta.
Humo negro se entremezcla con los astros,
maniobras violentas de camionetas sobrecargadas
repliegan charcos sobre pasantes inocentes.
Jaurías de machos irracionales hostigan los bares,
frijoles y balas ruedan sobre las calles,
pilotos de automóviles con las sienes derretidas,
observan inertes el tráfico eterno,
el limpiaparabrisas marca el tacto del luto,
mientras la radio anuncia el último robo millonario del gobierno,
como un gol victorioso del equipo nacional.
Otra noche de lluvia en la maldita y desangrada
Guatemala ciudad.
El viento arrastra una tormenta.
Un árbol antiguo rebrota retoños,
poblado de hormigas de fuego
que te arrancan los dedos,
las luciérnagas celebran
su nueva sombra de veneno,
una fuerza inasible
se desprende de sus ramas,
un portal a una dimensión paralela,
al inframundo olvidado de
Xibalbá.
Una tormenta se extiende sobre la ciudad,
los cinco ríos del inframundo
confluyen entre sus edificios agrietados,
los clamores de los pueblos callados
se ahogan en la neblina de los barrancos,
pandillas de huérfanos
resuenan trompetas de ataque,
huestes de diputados y abogados
se alborotan como buitres
sobre avionetas de coca.
Tribunales de carcajadas
condenan a la multitud moribunda,
cuerpos sin voz se arrodillan en rezo,
la bandera de la hipocresía
ondea con brillos burdos y ajenos
desde el astil europeo,
erguida sobre piel de maíz
a puro vergazo.
La selva reclama sus tierras,
insiste cerrar el ciclo vegetal,
el regreso de los huesos a su lugar,
el desenvolver del presente
sobre sus propias huellas en el fango,
redoblando lo asincrónico,
recobrando causas pendientes
entre matorrales y serpientes,
devorará a sus bastardos,
que ya no le sean complacientes.
La tormenta apremia.
las puertas de la muerte están abiertas,
los tecolotes anuncian los pasos de huesos,
de caravanas hambrientas sin nombre,
ya no hay norte,
solo el olor a humedad,
al escalofrío maldito
de la absoluta soledad,
la penumbra se asienta
los colmillos brillan
sobre el cadáver de la moral.