Serena y cándida la luz te envuelve,
apareces de pronto como el alba.
Olvidando el dolor que te estorbaba
surge tu alegría, y tu amor llueve.
Sangre candente de una tierra árida.
El viento, a tu alma, vistió de flor roja,
pasión llameante y fuego que se arroja
como un consuelo, sobre almas heridas.
Aquí entre la noche tu nombre no se esfuma,
nace, más bien, de tu nombre una estrella
que no deja que la angustia nos consuma.
A ti mujer, corazón que destella
el cariño que hace morir la bruma:
este es mi canto, que en ti quiere dejar su huella.