No, yo no soy poeta. Por lo menos no tengo la altura suficiente para ello. Sin embargo, de vez en cuando mis palabras brotan cual sangre desde mis venas para derramarse escuálidas sobre el seco blanco de una hoja.
No soy poeta, pero cada cierto tiempo mi imaginación vuela hasta el encuentro con tu ser, para quedarse todas las noches cantando melodías mudas en cada espacio de este papel.
Y aun así, no me considero poeta, pero sí me considero un enemigo acérrimo del silencio de mis palabras que no quieren callarse ante la presencia de tu belleza embriagadora como si fueras el más dulce y emborrachante vino de cepa divina como tú misma.
Y aun así, no me considero un poeta. Nada más soy de esos que no saben callar el silencio que grita en su interior. Soy de esos que no saben maniatar palabras en el tan reducido espacio que me brindan mis labios, porque a veces adquieren esa fuerza necesariamente suficiente como para derrotar mi propia valentía, y así, terminar desembocando con su poderoso caudal de sentimientos dándole color al blanco de una hoja, en donde terminan ordenando mis ideas sobre tí, para así, al final de todo, dándome la fuerza que necesito para por fin decirte que he terminado de escribir en tí, mi bella poesía.