¿Por qué cuando uno vive el presente siente que cada segundo será eterno?
Es, en cambio, cuando se le regala una mirada al inclemente pasado y cuando se ve para atrás con una melancolía inminente, que finalmente nos damos cuenta de que en realidad los años han pasado y pasan como minúsculos instantes. Casi imperceptibles, casi disfrutables. Totalmente irrecuperables.
Uno arrastra consigo una idealización fantasiosa de que vivirá para siempre. Y nunca te terminas de conocer a ti mismo ni a través de tus propias acciones. Nos queremos obligar a convencer a nuestros propios seres que lo importante es tener una historia que contar al final de nuestros días. Cuando ya todo esté acabando, cuando sepas que no te queda mucho más por hacer y por dar. No vivimos esa vida idílica. Los sueños que cumplimos nos terminaron decepcionando como tanto temíamos y en nuestras mentes seguirá habitando una voz afligida que promete una realización utópica que jamás logrará ser verdad.
El presente no es más que un conjunto de proyecciones que podrían ser, como podrían no ser. Es una representación de lo que ocurre dentro de nosotros. Lo que somos y no somos; lo que hacemos y no hacemos. Es existencia e inexistencia en paralelo. Una dualidad magnífica que nos permite navegar en un salvaje río que no posee una dirección correcta o incorrecta.
En un mundo sistemático, repleto de gente que vive de sus propios paradigmas; de los que inhalan y exhalan nada más que mediocridad porque permanecen inhibidos en sus penurias, desvaneciéndose en sus propios rincones ensombrecidos con precariedad y profunda tristeza, yo soy una persona necia: De esas que viven y mueren de la misma desobediencia. Viajo a través de mi propia conciencia y me rindo ante lo que desconozco: aquello que me fascina y desafía los límites de la muerte.
Me rehúso a creer que a esto se limita la historia, que en esto se resume todo. Pero de estos adoloridos dedos torturados por el frío, no nacen sino vagos reclamos hacia la nada y hacia el todo.
Mientras rompes ese souvenir con la fuerza de tus embrutecidas manos manchadas de sangre invisible por recuerdos de hace mil años, mi corazón se desgarra desde el fondo, muy el fondo.
Son cosas imposibles, más poderosas que mi capacidad de entendimiento.
Debato conmigo misma constantemente sobre la existencia de otros seres además de mí. Nunca estaré del todo segura. Nada, ni el existencialismo, tiene las respuestas a estas incógnitas que manejan a su antojo mi descontrolado temperamento.
Poco a poco me voy hartando de poetizar objetos tratando de hallar y crear belleza donde tal vez no la hay y nunca la ha habido.
Cuán fundamental es conocer más, aprender más, expandir los horizontes de una mente reducida, para tener más de qué hablar y saber todavía mejor cómo hacerlo.
Me siento insuficiente, mas no para con otras personas. Me siento insuficiente conmigo misma. Esta insuficiencia se alimenta cuando conozco de algo que ya ha sido expresado y reconozco que mi yo, en realidad, es nada.
Es el inclemente paso del tiempo, el inclemente paso de las horas.