Me hice un abrigo de poesía,
bordado con el hilo de los besos,
que nos dimos gozosos aquel día.
Zurcido con retales y remiendos,
con los restos de la seda de las sábanas
que ocultaban nuestro amor cada mañana,
formando todo junto un bello lienzo.
Le cosí unos abrazos de suave muselina,
algunas, -perdón, muchas-, lágrimas de tul,
doliente hilván del desconsuelo,
y al pecho le incrusté el bello broche
del cielo de tus ojos gris azul.
El frío que sentía cada noche,
quebraba inexorable mi piel fina,
al sentir como envuelto por la escarcha,
por no entender las razones de tu marcha,
dejaba congelado el corazón.
Puede que esa fuera la razón,
para darle cobijo a los recuerdos,
de esos, que un alijo guarda mi memoria,
forrando con las rimas y los versos,
los momentos felices de esta historia.
Y así quedaba protegido del olvido,
entre harapos y jirones afligido,
al calor glacial de un triste abrigo.