Una vez me reencarné
en rana y su don.
Un Lama,
mi puto Lama,
me convirtió en príncipe
sin don y sin nada.
Al ver que me transformé
en príncipe azul,
mi Lama,
mi puto Lama,
me pintó de verde
y volví a ser rana.
Sin saber me reencarné
en oveja fiel,
y un Lama,
mi puto Lama,
rasuró mi piel
y vendió mi lana.
Volando, así renací
en un colibrí,
y un Lama,
mi puto Lama,
procuró enjaularme
con vida cristiana.
Valiente me lancé al mar
buscando ser pez,
y el Lama,
mi puto Lama,
me incrustó una espada
que mata o la palmas.
La palmé y me refugié
en tu carne y piel.
Mi Lama,
mi puto Lama,
hizo de frontera
con tu mente y alma.
Nunca me reencarnaré
en abeja, pues
mi Lama,
mi puto Lama,
me prohibió la miel
y amargó mi Karma.
Lama, Lama, Lama:
¿Para qué te quiero yo?
Lama, Lama, Lama:
¡La madre que te parió!