Freddy Kalvo

Retoños

 

Triste y muy desconsolado

se miró el labriego un día

por aquella serranía

con su cuerpo desgastado.

Cabizbajo, acongojado,

a la sombra de una palma

meditaba muy en calma

con su pensamiento yerto

presumiendo que el desierto

le secó el jardín de su alma.

 

Y en aquel triste lamento

que brotaba de su entraña

divisando la montaña

dijo claro, con portento:

¡Ya viví cada momento,

abrazándome una cuita

que en mi corazón palpita

sin reserva, sin remedio

y aumentando más el tedio,

me dejó cual flor marchita!

 

¿Dónde están aquellas lunas

rebosantes de dulzura

deslumbrantes de ternura

en los valles y en las dunas?

Y aquel árbol de aceitunas

con su fruto apetecido

¿Por qué ha desaparecido

de mi vista que ha mermado?

¿Será que el fruto cortado

marchitó el árbol florido?

 

Cuánta angustia del labriego

va soplando aquella brisa

apagando su sonrisa

va quedando un tanto ciego.

Y quemando como el fuego

van recuerdos del pasado

con el fruto que anhelado

fue quizá su recompensa

porque ahora viejo piensa

que tuvo lo más preciado.

 

El labriego en sus cultivos

sembró dicha y un te quiero

y una estrella y un lucero

le hicieron días festivos.

Pensamientos asertivos

tienen hoy frutos bisoños

mientras él con sus otoños

va esperando ya el ocaso

sin sentir ningún fracaso…

¡Porque el árbol dio retoños!

 

Noviembre, a pesar de ser verano,

me regaló dos bellos retoños.

Pasaron en mí varios otoños,

pero ellos no pasaron en vano.

Y con mis retoños siempre gano

porque estarán dando nuevo fruto

que para la vida, es un tributo

y una herencia para la familia,

donde el amor se funde y concilia

a cada instante, a cada minuto.