Seis de la tarde. Angustia que precede
al descenso del sol,
ceniza del día, desmemoria,
párpado que se cierra.
Edificios deshabitados, plazas vacías,
abúlicas estatuas.
Dos sombras, errantes y largas.
Luz mortecina que enfría
a aquellos que contemplan,
testigos de la muerte de todas las cosas,
de todos los pájaros,
que ya no vuelan.
Espectadores
del cemento atravesado por el hielo
de una tarde de enero,
de una fuente que mana silencio,
de la oquedad en el espacio y en el tiempo,
del grito invisible de los mudos
y de los muertos.
Dos sombras, errantes y largas,
tomadas de la mano.
Tú y yo,
en la ciudad, en el desierto.