Minúsculas e imperceptibles,
diáfanas como uvas blancas
al sol de un atardecer
y frescas como brisa de mar,
millones de gotas de rocío
se presentan ante mí
con un único y sórdido motivo
que irremediablemente cumple,
y sin perturbarse moja de frente
mi rostro, que pálido, sufre su asedio
y lo soporta estoicamente.
Luego las escucho y las siento
acariciar mis mejillas
hasta quedar bajo su dominio.
Este rocío ha ganado la batalla,
y se ha impregnado en mí.
Lo siento en mi interior
mientras sigo mi camino.
Ya no se irá más de mi lado
y me acompañará por siempre,
aunque el sol haya secado
sus caricias, y aunque la luna
anuncie en el horizonte, el comienzo
de una nueva noche iluminada.