VITRALES DEL ALMA

EL LLANTO DE AQUELOO

 

¡Busco dentro de mí  la llama  que agita  mi sangre e inquieta mis sentidos!

 

Un llanto extraño parecía provenir del socavón  de un rollo de papel  o una  orla de  cabuya.  Había  llovido intensamente. Y el granizo caía como piedra sobre techos y aleros. Es como ver en este  trance  interminable, la ira de los cielos, la ira de Dios. ¡Sentí  temor!  Creo en la naturaleza y su poder benefactor, y al unísono, en su ira  incontenible y destructiva. Pero  esta vez,  algo raro y funesto caía de los ejes del cielo.

¡El frío calaba los huesos! Había que recurrir a ponchos de lana gruesa, un café y la cercanía a la estufa  o la chimenea. Guardándose, eso sí, bajo cobijas y almohadas. 

 

A inicios del mes de octubre, con un trozo de papel, un vaso desechable, cabuya, un tubo plástico y un pedazo de tela vieja, tejí  con amor y ternura un ESPANTAPÁJARO,  al que   denominé, AQUELOO, en honor al  poderoso y antiguo dios griego del río.

 

El manto celestial se cubrió de gris y el silencio se hizo monumental. Quise atenderme  con  una bebida aromática,  un libro y una manta sobre mis pies. A través del ventanal,  las alas de mi imaginación escaparon a velocidad vertiginosa. Las vi perderse más allá de cielo.   Fundirse con  esas nubes frías y tenebrosas.

 

 

Voltee sobresaltada. Y no observé nada, ni a nadie. Aqueloo bajo el alero, acompasaba mi soledad con  su mirada,   y  al compás del aire, ventilaba sus  acartonadas plumas.

 

Ya en la dedicatoria de la obra, escucho nuevamente el extraño quejido. Fruncido mi entrecejo, descorro el cerrojo para visualizar qué o quién hacia ese extraño ruido. Nada anormal, solo el viento, la lluvia y las flores,  girando  al compás de un  remolino sediento.

 

Cerré los párpados un instante, y abrirlos, un mundo mágico se extendió bajo la luz de mis pupilas.

 

Aqueloo  con su llanto,  había hecho  un lago de agua aromatizante. Peces diminutos y de diversos colores, fluían y refluían de sus  aguas acaneladas. Una hermosa arandela  cubierta  de mariposas cantarinas, hacían del pequeño lago, un círculo divino de luz  gratificante.  Esa música deliciosa que parece brotar de todas partes, y al instante, es fuente inagotable del alma esquiva y delirante.

 

El ruido de un libro al caer, me trajo de vuelta a la cruda realidad. Lo cierto, en la carita acartonada de Aqueloo, deslizaba lento, muy lento, dos gotas de agua aromatizante y cristalina. Esa agua que sacudió mis entrañas, e ipso facto, me arrastró una vez más, a la hoja, la pluma y el tintero.

 

Imagen de Khalil_Gibran_El_ Espantapájaros

LuzMarinaMéndezCarrillo/ 26/11/2021/ Derechos de autor reservados.

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