Así llegan con un halo celestial
sus ojos mansos, y sus manos sin señal
de remordimientos, piernas tranquilas como una brisa
en el desierto o en el agua, llegan
y todos los aman, y entregan a sus esposas e hijas, vienen
y todas les ceden sus maridos, hijos y nietos -
hasta que sus colmillos o melaza salten de sus rostros temerosos.
Demasiado tarde para los pueblos.