Cantando aprendí de presos, torturados y de hambre.
Supe de las guerras que traen muerte, sed y calambres.
Bebí mis lágrimas desde niña, sufriendo con los tangos.
Los hombres a guerrear y las minas a buscar un mango.
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La historia cantada de hambre, burdeles y tragedias.
De ellas, no entendía, sé que parecían unas comedias.
Las Casas de Cita eran, lo que hoy llaman: Burdeles.
Mujeres sometidas, por los patrones, a tratos crueles.
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Amo el tango, nunca vi un canto que, contara tanto.
Quizás fue mi fisgoneo precoz que me llevó al canto.
Entendí que todo cambia y en música la gente innova.
De niña tangos y de joven baladas de la nueva trova.
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Nada, pero el tango, para vivir aquello que no has vivido.
Al sonido de un triste tango vi más de uno conmovido.
Era niña, pero al tango me acostumbré y nunca me zafé.
Tristeza sentí y muchas veces, por los imaginarios, recé.
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¡La música es parte de la vida, nos consuela y nos atrapa
y ante la sonoridad de los cantos el alma, no se nos escapa!