¡Oh Poeta! ¿Qué beberán nuestras áridas almas, baldías?
¿Sí solo, nos nutrimos, de nuestro copioso y desolado llanto?
De tu fértil fontana ya no pueblan, tus inmarcesibles manjares.
Queremos que, de tu frondoso corazón,
Germine de nuevo, la dicha, de escucharte.
Con el rumor de la hilera, de tu más puro, entusiasmo.
Cuando con tu voz decidida y valiente,
al mismo silencio, le dibujabas su voz, ardiente.
Los jadeantes días, tan difusos, como un café cargado de negrura,
Los dibujabas despejados, como el agua cristalina y más pura.
Al siguiente día, del sol poniente,
Se levantaban obedeciendo la belleza, de tu voz potente,
Como saludable trueno, en milagrosa forma.
Hasta el reino celestial, abre sus ventanas,
Blancas como la nieve, para escucharte.
Transgredido por tu silencio, desea amarte.
Siempre te esperaremos;
Con los regazos de nuestros corazones, extendidos.
Las luceras de nuestras almas, bien abiertas.
Y los conocimientos de la gratitud, bien entendidos.