Moscú, ¡ciudad de contrastes!
Salgo extasiado al exterior
y me pierdo por tus grises calles,
paseo por la vieja Arbat
donde un poeta feliz posa
junto a una hermosa mujer,
su mujer y esposa,
ésa que tuvo que conquistar
más de una vez
para robarla sus besos;
ésa que junto a los juegos de azar
y su afición a los desafíos
fueron la sentencia inevitable
para un romántico final
escrito ya desde el principio de los tiempos.
¡Pushkin, amigo mío!,
díctame esos versos que contigo te llevaste
ésos que la muerte no te dejó publicar;
déjame, amigo, esas tiernas palabras de amor,
y léeme esas palabras combativas
que irritaban al mismo zar.