La o, de apariencia tan perfecta,
comprende un espacio cerrado
de donde nunca podrá salir
la mosca que rebota en el cristal.
Hueco redondel sin pupila
trazado por un selectivo compás.
Si una o se cuela entre nosotros,
hagámosla estallar con la presión
de un interminable abrazo.
Decir tú o yo es diferenciador
y en medio de nuestros nombres,
como la última pieza de un puzzle,
solo debería encajar la i griega:
tirachinas apuntando a la unión.
Tu y yo adonde vayamos
y de donde sea que vengamos
tú y yo mañana o tú y yo ayer,
pero tú y yo en cualquier espacio.
Tú y yo perdiendo o ganando
pero nunca tú o yo empatando
con una esfera discriminatoria.