Èl se marchó en medio de la noche. La dejó entre tinieblas, sin darle explicación.
Dos caritas interrogantes le preguntaban por papá.
Quedó sola sin entender, recién operada con deseos de gritar y no podía, tenía que fingir que sonreía y dar aliento.
Los vio dormir y les dio un beso en sus mejillas, acomodó el cobertor y las lágrimas corrieron como río desbordado, sin caudal y sin rumbo.
Él se iba tras un canto de sirena, tras la fragancia de una nueva flor, tras el placer, pero ella no sabía.
Volvía cada día y la abrazaba, la besaba, le mentía y partía nuevamente.
Para ella sus días fueron grises, sus noches se hicieron interminables, la lluvia en sus ojos permanente y la alegría se marchó junto con él.
Habitaba la incertidumbre en su corazón. La razón la abandonaba a su locura.
Un día él regresó con un sol de oropel entre sus manos. Su móvil sonaba insistente, él no respondía.
Ella sufría, porque estaba allí, y andaba ausente, pero aún le creía
Volvió a partir... y a regresar, otra y otra vez más y se repetía.
Ya no hay caritas interrogantes, solo tristes: papá iba y venía, y siempre había peleas con mamá, que padecía.
Delgada y ojerosa aún esbozaba una sonrisa para ellos, pero entre depresión y ansiedad se debatía.