Nunca hablabas de amor con tus labios y tus ojos gritaban.
Mi cuerpo escrutador se acercaba al Sol para escucharte.
Nada decían tus taciturnos labios y en silencio me gritaban.
Intentaba ignorar tantas interrogantes y todo era en vano.
Mi corazón fatigado lucha por llamar al sosiego y no llega.
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¡Nada puede calmar la algarabía de mi sangre a tu paso!
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Tu cuerpo fiel declarante de lo no dicho, parecía ignorar todo.
Zozobras mustias, añejas profecías se acopiaban en tus labios.
Recia lucha la de tus palabras y las mías por apagar los fuegos
Inutilidades son los intentos que falsean los sentires genuinos.
No son las palabras, no, también, son los ardores encendidos.
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¡La ansiedad lucha y se abre paso a la razón y esta no responde!
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Todas las preguntas acuden en tropeles silentes velando el ruido.
Nadie ha de sacudir al paso de los arrebatos y nos vemos de lejos.
Aun así, mi alma roza la tuya y la tuya constriñe la mía, con avidez.
Mágico encanto es el deseo entusiasta que mantiene la llama viva.
Castas parecen las sedosas caricias silentes, pero no, ellas queman.
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¡La casta intención de las miradas desnuda a las almas honestas!
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Rarezas del amor dicen los que son obvios, al exhibir sus desnudos.
Lo íntimo de la rudeza se hace visible y deja sus improntas de amor.
Nadie sabe nada, pero todos miran aspirando saber de qué se trata.
Respuestas ciertas no existen y la verdad se cuela en la piel erizada.
Miradas ligeras que traspasan las murallas del silencio escandalizan.
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¡El te amo, se desliza entre las manos inquietas que exudan pasión!
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Al final, un todo ardoroso e irresistible avanza al encuentro y es sí.
La mudez se hace luz y los matizados fulgores del deseo se juntan.
Ahora no hay sigilo y las pupilas abrillantadas superan tal distancia.
Las miradas nada fugaces se solazan en las intimidades del sentir.
Armonías del sentir, del deseo y del mirar se ciñen en la distancia.
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¡No hay palabras en el abrazo y un libro de versos al cielo ha ido!