Tengo esta rutina
color arena
de recorrer escaques en negro y blanco
enfilar diagonales, saltar cuadrados
sembrar saberes de ataques, defensas
y más ataques.
Tengo esta rutina,
elegante y andariega,
de recorrer el planeta de contrabando, ser
una especie de fraude de los trotamundos,
alijo de conocimiento cosmopolita…
defensa rusa, italiana,
apertura escocesa y española…
¡Que diría mi madre si me viera!
yo,
yo que nunca salí del barrio…
¡Miráme ahora!
Tengo esta rutina,
en las noches solas,
de transmutar
en general mayestático, sublime comandante
de acrónicas falanges nocturnas;
Y también, tengo, esta rutina
de transformarme en pibe de barrio,
los miércoles por la noche,
en el bar, con los muchachos;
Y entonces soy
una pequeña deidad de dedos engrasados,
por la grande de muza
que espera enfriándose, a un costado
para tolerar al tablero
en la pequeña mesa que cuenta historias,
mesa de pizzería, mesa de café,
mesa que fabrica poemas
y elabora cuentos,
y romances
perdurables, resistentes
al paso de los días y del tiempo.
Amoríos, devaneos,
idilios y enredos
que ven pasar tras los cristales
la lluvia, la gente,
los ómnibus y los perros,
los novios castos
tomados de las manos
sobre la mesa del café.
Tengo esta rutina, al fin y al cabo,
el hábito, la costumbre…
la usanza,
de garrapatear, algunas noches, aquellos poemas,
aquellos que no escribo,
cuando juego al ajedrez.