Hicimos fuego del aire y pájaros
nerviosos y alegres
con cada suspiro en que se clausuraban
nuestras bocas;
Hiciste luz del aire, siempre
que te bailaba el corazón.
Creamos la sed en el silencio,
la sed de la sangre
que descubren los deseos que van
mucho más allá del tiempo.
Y creaste todo desde el aire,
para alguien como yo que salió
de la tierra.
Ya no sé del día, pero sí de los muros
que guardan todos mis muertos
y del vacío que ronda
detrás de las flores
que oyen
todos nuestros recuerdos.
Todo pasó como dijiste,
como querías. Partiste.
Y yo quedé aquí con el aire frío.
Solo. Con los ojos cerrados,
en esta prisión hecha de recuerdos,
pensando en cómo la noche
se llenó de silencio…
Diste ese salto y todo el aire -desde entonces-
se hizo odio, recordándome,
que ya no hay mañanas para mí.
Ya no hay.