Raiza N. Jiménez E.

Mi Adolorido Amor.-

Mi dolor no puede ser comparable con ningún otro,
he sufrido las ausencias de amores entrañables.
Me han dolido hasta la esencia de mi ser esos adioses
y tuve en mi vida, algunas crueles y tempranas partidas. 
Fueron inesperadas, de esas que se marchan, sin avisar.
*-*
Éstas han quebrantado mi raigambre y fortaleza
de madre y de mujer recia hasta hacerme flaquear.
Esos que he amado y sigo amando, se me han ido,
pero contigo, he penado, por tu ausencia y tu desdén.
*-*-
He sufrido por tus largos e inmisericordes silencios.
Silencios que gritan y ensordecen por tu sadismo.
La maldad de tu corazón no la creí nunca posible.
Has mostrado tu estatura en la inusual crueldad de tu partida
¡Pero, yo irme de tu vida y de tu amor, no habría podido!
*-*
Te fuiste sin darme el beneficio de una cabal despedida.
Y a estas horas en mi corazón la inclemencia se desborda.
Hoy mi pecho y no se apresta a perdonar tus desatinos.
Te miro con generosidad e intento buscar una real salida 
a tanto sentimiento mezclado entre la bondad y  tristeza.
*-*
Y me digo: debe ser un alma enferma: el objeto de tu amor.
Esa afirmación acude ante mí, para develarme la verdad.
Sufro al fragor de la febrilidad emocional que me acongoja.
De cierto, que he comenzado a cuestionarme severamente.
*-*
¿Cómo puedes tu mujer de Dios abandonar a tu frágil
 y consentida alma, en las manos de un írrito AMOR?
Y, yo misma, en este soliloquio obligado, me respondo:
¡Porqué cuando andas con el AMOR en las manos,
“cualquiera” ser sin escrúpulos, te lo puede, arrebatar!