Absorto, sobre la arena,
tumbado, de cara al cielo,
sucumbe la tarde bella
en un ocaso perfecto.
Desaparece el púrpura y,
la noche echa el gran velo,
la oscuridad se hace grande
inmensa como el universo.
Entonces, y de la nada,
envuelta en halo y misterio,
fulgente como la plata
enciende su luz de ensueño
la luna súper gigante,
con gran bondad, en silencio,
¡iluminando la tierra,
qué tanta noche da miedo!,
y la tierra le presenta
con el máximo respeto
su sombra ensangrentada
en un eclipse completo.
¡La luna llena de sangre
envuelta en halo y misterio!.
Apenas unos minutos…
¡qué esplendor de firmamento!
San Juan Bautista yace
decapitado, ya muerto:
cabeza en bandeja de plata
sobre un lecho sangriento.
Vil logro de Salomé al
trueque por danza del velo,
concedido por Herodes,
deslumbrado ante su cuerpo,
en otra luna de sangre
envuelta en halo y misterio.
Y en los montes tenebrosos,
donde encueva el lobo hambriento,
en una metamorfosis
y un perfil de hombre-lobezno,
aúlla entre abruptos riscos
sobre un fondo en sangre y fuego.
¡Licántropo…, grandes fauces,
alimaña del infierno;
traes el frío a las almas,
traes terror a los cuerpos.!
En una luna de sangre,
en una noche de miedo.
Civilizaciones, tribus:
inca, maya, hindú, luiseños,
persa; incluso cristianos,
juglares y cuentacuentos,
cantan agoreros presagios
para esta luna de ensueño:
¡Pródiga en fertilidad
y en sus niños venideros
con manchas sobre la piel,
creciendo deformes huesos!.
¡Lucha sangrienta de dioses!.
¡El jaguar la está comiendo!.
¡Batalla feroz con el sol!.
¡Enferma se está muriendo!.
Superstición o leyenda,
ancestral mito del pueblo,
para esta luna de sangre
envuelta en halo y misterio,
que nos fascina y enloquece
vestida de rojo velo.
Rafael Huertes Lacalle