La fragilidad
no coincide con mi cuerpo,
ni el aspecto de la joven que se añeja.
Madura
en quemaduras
y lagrimillas derramadas
que secan en la tierra porosa
donde nace tu imagen,
exactamente la de tu cara,
la de tus hombros,
la de la asesina sonrisa
que cual ruleta rusa
me regala alientos de tranquilidad
y me dispara.
Y me disipo en tu mirada penetrante
que no me intimida,
y me habla en 7 idiomas diferentes,
razón por la cual
2 horas y media
se comunicaban tus ojos
con los míos
desnudos
y no hacían más que el viento
parpadeante que enfriaba
nuestros cuerpos calientes,
ardientes,
apasionados
y mentirosos.
No creía tener palabras
o no quería tenerlas,
y de ser carne entre mis dientes
te hiciste un capítulo
m á s . . .
Me hiciste recordar
la primera vez que tuve miedo.
Aventarme de la resbaladilla morada de la cuadra,
y en este cubo gris,
donde el gran lunar morado de tu espalda
me regaló una sonrisa
y me invitó a arrojarme
sin paracaídas
con prisa,
deseando eternidad.
Todo fue tan etéreo
que no supe más que
del incendio que hicimos de la cama
y tus manos en mis nalgas,
el temido \'te quiero\'
o la ansia de
querer
querernos.
La verdad,
la verdad es que,
la verdad.
La verdad, nadie la conoce.
No supe si decir o callar.
Nadie me imagina frágil.
Y que me vuelvo inmensamente vulnerable
cuando tu respiración se coloca en la misma sala.
Ahora sustituyo tu pecho hermético
con el frío pavimento y miro
desde aquí
la puerta.
Un pasillo de ebriedad.
Una calle a deshoras
y nuestros labios
que fueron testigos
de lo desbordantes
de lo que fuimos
o éramos.
Y tal vez nunca escuches
de nuevo
el gemido que entonaba un Fa
o la percusión de mi pelvis en tu pubis,
el jazz indescifrable
de tu tierno ronquido;
que no me pertenece,
y tal vez,
nunca.
El problema comenzó
cuando escribí tu nombre
en mi cuaderno.