La cita, fue en el aclamado salón, el terciopelo.
Modulaba elegantísima, suave y bella melodía.
El refinado mesero, sugirió, de su carta, del día.
Más de cien aguas diferentes, con igual sabor.
Mi estrecho bolsillo, me insistía…
“Agua del chorro, por favor, sabe igual”
El minutero me aseguraba, que ella, no vendría.
Es entonces cuando Veo Iluminarse mi mesa,
Mi musa, se aproxima, más estupenda, que nunca.
Su delicado perfume, me atraía, como imán.
Fue entonces cuando pedí, sin escatimar,
De la mejor agua importada,
Sin empobrecerme, al fin y al cabo…
¿Cuánto podría de valer un agua…?
Las despampanantes cuervas en su sonrisa,
Complementaban, los guiños, de su cuerpo de diosa.
Era ver materializada. Mi felicidad, tan esperada.
Tomó de mi mano… Y sentí, más de mil voltios,
Que bajaron por mi cuerpo, y me sacudieron,
Como indefenso pez, recién atrapado.
El mesero me hizo una seña, señalando su reloj.
Ya era la hora propicia, para el esperado, plato fuerte.
Ella se frotaba su esbelto estómago, sonriendo.
Humeante, llegó a la mesa, suculento manjar.
Más adornado, que árbol de navidad de rico.
Créanme, diez gramos de insípida carne,
Al precio de vaca entera, bien alimentada.
Tres granos de arroz verde, duro como piedra.
Ahogados en salsa de mostaza.
Mis bolsillos, gritaban, pidiendo auxilio.
…La verdad. No vine a buscar comida, ni bebida.
Yo solo quería escuchar, su sensual voz de juglar,
Y amarla seriamente, nunca, con sus sentimientos, jugar.
ver su rostro de ángel, tan perfecto, como el mismo cielo.
Mi cuerpo, directo, verlo sumergido, en sus ojazos azules.
Anhelo ser parte de ella, para ser siempre, un ocaso a su lado.