Raiza N. Jiménez E.

Buena Cristiana . -

Allí en la arboleda de crisantemos curtida,

le encontré vuelto nada, un despojo lloroso.

Mi alma, ante su sufrir, se sintió conmovida.

A mi saludo él respondió con un tono fañoso.

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Este hombre sufre y llora qué, instante, el mío.

Trágico choque con un ser que nunca he visto.

Está tan decaído que ya se asemeja a un crío.

 Me acerco lentamente y en saludarlo insisto.

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Recordé de pronto a mi madre y los extraños.

En mi casa se instruía que, con extraños, nada.

Pero decían que, ante el dolor, uno se apiada.

Uno, no decía lo que hacía para evitar regaños.

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De un profundo temor se llenó mi frío pecho.

Venció, mi misericordia, ante el viento helante.

Señor, le dije: ¿Qué le pasa, llora de despecho?

No, no mija, es el hambre, me dijo titubeante.

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Sin olvidar los consejos corrí a casa y lo conté.

Ella, una mujer de alma buena corrió conmigo.

Allí, llorando estaba el Señor; es ese le apunté.

Esa, era mi madre, cuya bondad, hoy bendigo.

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¿Señor, qué hace en este sitio con tanto frio?

El Señor, sólo lloraba y mi madre, dijo: sígame.

La siguió tambaleante y llorando como un río.

Venga y coma, yo le hablaré y Usted, míreme.

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¿Qué sabe hacer, le gustaría encontrar trabajo?

El hombre ya calmado le contó todo a mi madre.

Yo soy jardinero y arriero, en esos oficios encajo.

En ese instante sonó la puerta, era el compadre.

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Mi madre que no perdía tiempo, todo le contó.

Comadre, es su día de suerte, veamos al Señor.

Sabe que es Diciembre y el capataz me renunció.

Yo necesito urgente alguien que, asuma su labor.

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¡El Sr, Justo acomodó así su vida y la del compadre

 y Dios ayudó a mi madre a lograr un buen encuadre!