NUESTRO BANQUILLO.
Es tan placentero sentarse en un banquillo,
apuntar hacia el oriente en las mañanas
con la vista entorpecida todavía.
Los labios besados por el café de entonces,
la escucha cautivada por el coclí contento
y la infinita radio que canta medio ronca
los cinco centavitos del ruiseñor aquel
que sueña con comprarse la felicidad,
y hasta el incesante (volver) de Gardelito
bajo el cielo de estrellas de Miguel.
Es bonito sentarse en un banquillo
y sentirse rodeado del recuerdo,
mirar a nuestra flecha de cupido
en ese oriental renacimiento.
El tinto de la abuela que bendice
con su vapor y aroma placentero
al arduo devenir del campesino
que labra la tierra con empeño,
y siembra en los surcos del destino,
semillas del árbol de los sueños.
es un privilegio arribar al caluroso abrazo del medio día,
y con sigo, convocar a esos arrebatos del sol
por verlo a uno molesto,
un poquito disgustado,
discutiendo con justa razón esos descontentos del
¿por qué? de un destino
que uno mismo se empeña en cultivar;
Y luego de unas horas,
verlo a uno más tranquilo por haber ganado,
como en todas las tardes campesinas,
la contienda contra los minutos incendiarios…
¡eso sí es un privilegio!
Y al final de todo esto ¡es tan bonito
regresar cansado a ese banquillo!
Girar las manecillas hacia el poniente,
apuntar al occidente de la tarde
con la mirada agónica y perdida,
y reposar el tinto en nuestra diestra,
y en nuestro oído la ronca melodía
de algún bolerito enamorado.
Chavarro.C