En esos tus labios de rojos carmines
se esconden las mieles que me han de ofrecer;
los suaves vaivenes de tiernos violines
que traen las notas del dulce placer.
Sensuales efluvios de frescos jazmines
emanan tus formas, divina mujer;
y son tus miradas, de amor los maitines,
que tienen las flamas que me hacen arder.
Por eso suplico que nunca me niegues
la luz de tus ojos, su afable mirar;
que son en mi vida reflejos de Dios.
Mis suaves caricias harán que navegues
en cielos azules, de gloria sin par;
en donde seremos felices los dos.
Autor: Aníbal Rodríguez.