Era tu sombra
viniendo hasta mi encuentro
en el paseo.
El sol tapaba
la cara, deliciosa,
que conocía.
Tuve que hablarte,
sentir que tus palabras
eran las mías.
Y me enseñaste
al sol que se ocultaba
y sonreíste.
Luego, tu mano,
se vino hasta mis labios
y robó un beso.
Cerré los ojos,
me dije que era un sueño
y que no estabas.
Pero el murmullo,
del agua y la resaca,
llegaba a mí.
Traía el yodo,
mezclado con salitre
de los océanos.
Me estremeció
la sombra, al descorrerse,
y ver el mar.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/09/21