En las raíces, matan los hachazos
sin apagar las lágrimas vitales,
y arrecia en una lluvia de cristales
rompiendo los inquebrantables lazos.
En un dolor cobrado a negros plazos,
anida una madeja de puñales
que profundiza en cuerpos paternales
vetados por el cielo a los abrazos.
La bienvenida del final se invierte
proliferando allá por donde pisa
amaneceres huérfanos de risa
Avivan una primavera inerte,
nutriéndose del vientre de una madre,
las flores venenosas del baladre.