Te formaron del polvo, fuiste tú la primera
que llegó al paraíso, dicen, antes que Eva.
Eras la amada, ardiente, como la madrugada,
como el primer lucero, hermosa y altanera.
Ese inicuo varón no supo conformarse
con medrar a tu lado, entender que eras libre;
tú eras hija de Dios delicada y sensible;
pretendió ser tu amo, intentó doblegarte.
Rebelde, renunciaste; el Edén no era nada
si pretendían, acaso, arrancarte las alas.
Al Altísimo entonces invocaste, indignada
y tu historia cambiaste, te volvieron malvada.
Más allá del Mar Rojo escondiste tu anhelo;
entre cuevas oscuras y aves de rapiña,
con hienas y chacales merodeabas en riña
cuando aquellos lograron expulsarte del cielo.
Hoy las sierpes te visten; tu roja cabellera,
cual fuego del infierno, a los hombres enciende.
Pero temen nombrarte, el misterio te envuelve
y una trampa les tiende tu lujuria hechicera.
Muchos son los horrores que de ti se difunden:
que al ingenuo mancebo aniquilas su hombría,
que arrebatas sus críos con tus garras de arpía
a las Evas actuales, y el terror les infunden.
De tu nombre hace escarnio quien no puede entender
Que tu esencia perdura hasta el fin de los días.
Quien pretenda encontrarte, que interrogue a Isaías,
¡Oh, Lilith! la innombrable, la primera mujer.