Un camino,
un puente muy lejano,
unos árboles y un río.
Frío, viento, neblina
y en el aire la lluvia,
rebotando impredecible
como transcurre la vida.
Un sendero,
un pasaje de la ausencia,
sin destino conocido.
Una ruta que se extienda
más allá de lo previsible,
donde se cansen los pasos,
tan lejos como sea posible.
Y al final,
una puerta sin llave,
sin ruido cuando se cierre,
y detrás de ella, pocas cosas:
Tres ventanas pequeñas,
un techo robusto,
una mesa y dos sillas,
una cocina despierta
y una cama a un costado,
con frazadas extendidas,
para dormir caliente
bajo el cielo azul de otoño,
con un sol que no queme
y un frío que no duela.
Solo una cosa más:
Tiempo y promesas
hechas a mis días por venir,
para encontrarme al fin
sobre una hoja blanca,
que dirá mucho más de mí
que de las palabras mismas.
Abril será y no me esperen,
que las gotas dormidas en mis ojos
cubrirán de ríos los caminos.