El eterno sabor a musgo
de la mirada omnipotente
me sigue atando los ojos
a la sed de las estrellas,
donde la muerte
es guiño,
en medio de la omertá
cambia rostros,
hibernación alada
de la fatalidad angélica,
ombligos agotados
y palidez de alambre.
Las arrugas del sueño
que la sangre desviste.