No hay mejor refugio,
no hay mejor hospitalidad
que aquella que se da
en una cocina de campo,
generosa desde siempre
apegada junto al rancho.
Huracanes de aromas
brotan por sus rendijas;
pero mejor saben sus sabores
a sencillas esencias de huerto
y a la multitud de sus verdores:
albahaca, hierba buena, tomillo,
morrón, romero, cilantro...
Rústica cocina de campo,
hermosa por su simplicidad
por su pintado a humo
y por su barnizado de alquitrán.
Cocinas decoradas con zapallos;
con largas ristras de cebollas,
de ajíes y de ajos.
Olletas negras penden de cadenas
que abrazan la calidez del fuego;
y dentro de ellas su magia:
el caldo, el estofado, los porotos,
la cazuela, el perol o el mote.
Ollas, cacerolas y sartenes
son fuentes de alquimia
de la apartada alquería.
Penden, también de la oscuridad
las carnes secas y el costillar
que lagrimean por el calor
y que mañana serán sabor
sobre una mesa dadivosa,
en un gran plato suculento
que los alimentará a todos,
hasta el errante hambriento.