Embaucado quizás por la alertada pupila de algún persuasivo titán,
que como una plaga cenagosa derramándose se incorpora súbitamente
para avalanzarse donde un lacrimoso astro ha sido condenado
a perpetua residencia, delirando sin su oceánica voz,
en mazmorras subterráneas,
el ocaso sublevándose ensangrentado enarbola su última ofrenda:
surgiendo así como testimonio de algún imposible puente mortal
sugiere quizás una partida, volatilizándose al nacer entre unos pálidos labios
tras el límpido velo, y
encharcado se presenta en un espacio amarillento
como una limitada visión de la que suplicantes estrellas penden,
habiendo sido arrojado así al óleo inviolable que la orilla oleosa
de esta aún sorda isla subyuga,
desarraigado paso de extranjero nocturno,
cancerosamente humano,
un ángel inocente.