Mira como se me pone
la piel cuando lo recuerdo
me invitaste a cerveza
y como escarpias el vello.
La escarcha de aquella copa
era de tan frío intenso
que asiéndola entre mis manos
abatió palmas y dedos.
En la sombra, aquel día
cuarenta grados en cuerpo.
La garganta era un nudo
estéril de algodón seco.
Me devolviste la vida,
no pensé que fuera cierto,
pero ese trago ansiado
fue como la lluvia del cielo.
Tu fuiste el dios Yjave y ella
como maná en el desierto.
Un hálito fresco y amargo
recorrió todo mi cuerpo,
una sensación intensa,
un orgasmo placentero.
¡Oh tú!, “birra” prodigiosa
de extracto a lúpulo fresco,
amarga, rubia y ligera; o,
“beer” dorada por reflejos
con suave atractivo ámbar
y un fuerte aroma intenso;
u, oscura malta tostada
“bier “ de color caramelo;
elaborada con largo
o con un corto fermento;
¡Lager, Ale, o de trigo
agitas al mundo entero!.
Al mismísimo Satán
sacarías del infierno,
quizás, no con una caña,
pero si tras cinco tercios.
Preso por la Inquisición
y juzgado por blasfemo
¡yo te santificaría
aunque nunca hayas muerto!
Ni El Mismo, en su Divina Obra
tuvo tal tino y acierto.
¡Oh, santa cerveza fresca!
en caña, maceta o tercio;
en tertulia con amigos;
en atardecer de ensueño
con el cielo ensangrentado
con el día sucumbiendo,
a la orillita del mar
bajo el ancho firmamento;
con el amor de tu vida
fundidos en un gran beso…
¿Por qué tanto afán en Edén?,
siendo el paraíso eterno
saborearte trago a trago
estando tu cuerpo freso.
14 diciembre de 2.021
Rafael Huertes Lacalle