El llanto de la materia.
—trozo de un verso de «Aparta de mí este cáliz»
de César Vallejo.
A veces —no sé si a ti te pasa— siento
cómo la tierra que piso se abomba,
cómo me grita su espalda cansada,
cómo se quiebra por entre sus ataúdes
y me suplica entre llantos que no pise.
A veces —algunas mañanas— siento
que el oxígeno se me cae a la solapa
y no me llega a la sangre, claudica
de su sola existencia, de la verde hoja
que le llama en auxilio, capitula
porque el carbono le gana la partida,
le gana el espacio que la química
le tiene reservado en la tabla periódica.
A veces —cuando despierto— siento
que un olor a café penetrante
entra de extranjis por mi ventana
procedente de otra ventana ajena
y se va sin dignarse a pronunciar un saludo,
unos buenos días que me eleve de la cama,
que me lleve al baño a aclararme la cara
y que me enrojezca de hiperglucemia
la carne, el verbo, el catecismo ajado
que yace tras la mesita de noche, y tiembla...
A veces —no sé si te pasa— me he dejado
nacer tras una larga muerte entre sábanas
y me he preguntado ¿Para qué?¿Es necesario?
A veces —intuyo que a ti también— siento,
o he sentido que la vida se me derrama
cual si una botellita de agua mineral resbalara,
cayera al abismo y como por arte de magia
se irguiera y prorrumpiese a galope trepando
esa larga escalera de mármol, esa roja alfombra
de glamur y oropel que antesala una quimera,
caballo desbocado que negro, bayo y blanco
recoge el guante, sentencia el juicio y corre.
Solo a veces; otras son violines mis pasos.
P.D. Tengo ganas de seguir escribiendo pero este último arreón es el que suele ocurrirme cuando inconsciente doy por concluido un escrito. Es mi manera habitual de terminar, como si fuese una especie de orgasmo concluyente, de punto y final. Por lo tanto, y obedeciendo —como es filosofía en mí— las marejadas de lo inexplicable acerco el tintero, retiro sediento y lento la punta del cálamo de la pulgada cuadrada donde reposa ahora y miro al frente, despejo la vista de la pantalla y pienso..