El hombre en una plaza descuidada,
los ojos llenos de tedio y ceniza,
recuerdos muy lejanos,
la sombra del temor que ahora le atrapa
en varios restos de luz se confunden.
Al fondo de la valla, tras los coches,
vagando solo mira el claroscuro,
las llamas en aquel muro apagándose
aumentan su disgusto.
Y mira los lugares de otro tiempo,
fulgores, cosas ya casi borradas
en el extraño mundo que se advierte.
Añora de su infancia los patios,
la plaza que regresa a él difusamente.
Al viento del otoño cede un árbol,
naufraga la lluvia, humedece el aire
cargado de polvo y hojas ateridas.
A veces siente el centro puro e inmóvil
de sus fracasos en cada semblante,
las gentes que por su vida pasaron
camino -¿quién lo sabe?- hacia la nada.
Un frío destello en los bares cerrados
que lleva al polvo de las horas distantes.
Debajo del día con pálidas nubes
el sucio asfalto su presencia esconde.
Entra el sol para abrir con lentitud
la piel morena del atardecer.
Vislumbre donde va cayendo todo
haciendo que retorne palpitando
y gesta de gusanos alimentándose
en un vacío que las manos delatan.
Antiguos barrios donde intenta un hombre
poseer los restos de ninguna parte.