Miguel Angel Garrido

A UN TRANSEUNTE

El hombre en una plaza descuidada,

los ojos llenos de tedio y ceniza,

recuerdos muy lejanos,

la sombra del temor que ahora le atrapa

en varios restos de luz se confunden.

Al fondo de la valla, tras los coches,

vagando solo mira el claroscuro,

las llamas en aquel muro apagándose

aumentan su disgusto.

 

Y mira los lugares de otro tiempo,

fulgores, cosas ya casi borradas

en el extraño mundo que se advierte.

Añora de su infancia los patios,

la plaza que regresa a él difusamente.

Al viento del otoño cede un árbol,

naufraga la lluvia, humedece el aire

cargado de polvo y hojas ateridas.

 

A veces siente el centro puro e inmóvil

de sus fracasos en cada semblante,

las gentes que por su vida pasaron

camino -¿quién lo sabe?- hacia la nada.

Un frío destello en los bares cerrados

que lleva al polvo de las horas distantes.

Debajo del día con pálidas nubes

el sucio asfalto su presencia esconde.

 

Entra el sol para abrir con lentitud

la piel morena del atardecer.

Vislumbre donde va cayendo todo

haciendo que retorne palpitando

y gesta de gusanos alimentándose

en un vacío que las manos delatan.

Antiguos barrios donde intenta un hombre

poseer los restos de ninguna parte.