De pronto llegó diciembre
época de fiestas y regalos,
para que todo se celebre
y olvidar los días malos.
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Todo en mi casa era un alboroto
por un, Jesús, que era niño,
y el nombrado te traía unos corotos,
para demostrarte todo su cariño.
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Dos condiciones para eso, había:
que escribieras una carta y te portaras bien.
Y él la leería y vería lo que te traía,
unos juguetes y los estrenos también.
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En verdad, a mí la ropa no me importaba,
yo sólo quería muchos, muchos juguetes.
Por eso, mejor que nunca me portaba
y, mejor aún más, cuando veía los paquetes.
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Recuerdo que andaba cantarina y feliz
pensando en lo que el niño me traería
y mi alegría tomaba el matiz
que al hecho, le imponía mi tía.
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Todo andaba bien, eso parecía,
pero, mi tío Marcos, llegó ese día
y comenzó a preguntarme qué tenía
y yo feliz le dije que, el niño Jesús venía.
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¿Y qué niño es ese, raicita?
Muy presuroso y riendo me inquirió.
¡A ti cómo que te engañaron, mijita!
¿Tú no sabes quién es el niño?
Preguntó.
Con la garganta reseca le contesté,
y mirándolo fijamente, lo increpé:
El que me trae regalos, porque es Dios.
¡A esa bendita idea le podéis decir adiós!
Jubiloso, él exclamó.
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Y luego me dijo gustoso: ¿No queréis saber...
quién carajo es ese niño?
¡Claro! Le contesté, cómo no voy a querer…
Y le seguí la corriente, con un guiño.
El tío Marcos se las traía y se las llevaba.
Era mi amigo y mi compinche,
pero quería contrariar a mi tía
y conmigo hacía un bochinche.
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Después de un largo silencio.
Me dijo: yo te lo voy a decir,
vos sabéis que no soy ¨ Prudencio¨
y, por que te lo diga, no te vais a morir.
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Mirá mi amor, el niño Jesús es Margarita.
¡Ay, Dios! yo no lo podía creer.
Y de una pensé: mírenla con esa carita.
Pero, cómo lo iba yo a saber.
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¡Ahora, yo estaba asustada!
Y el tío Marcos así siguió, con
su explicación continuada.
Y, me decía, yo te lo voy a probar.
Y, así, en un armario se metió,
y unos mueblecitos para jugar,
de varios colores, sacó y me enseñó.
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¡Dios mío! ¿Y ahora qué hago, pensé?
Presurosa, a mi tío, le pregunté:
¿Tio qué hago?
No hacéis nada, me dijo, el vago,
Por qué yo, a ti nada te enseñé.
A los días pude comprobar
que mi tío me dijo la verdad,
que nada había que enmendar
porque no lo hizo por maldad
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De ello, aprendí una gran lección,
a no mentir, ni por justa causa,
qué es la buena educación
y tomarme para pensar, una pausa.
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La mentira tiene paticas muy cortas,
y cuando de niños curiosos se trata,
no se puede poner la torta,
y, mucho menos, meter la pata.
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¡Eso sí, gracias al tío preferido,
nunca pude engañar a mis hijos,
fuí precavida no quería niño herido,
a mis hijos, su padre, la verdad les dijo!
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¡La mentira,nunca será un buen intento,
Ya que más tarde, lo que habrá es lamento!