Raiza N. Jiménez E.

EL NIÑO JESÚS: EL DEVELAMIENTO.

De pronto llegó diciembre

época de  fiestas y regalos,

para que  todo se celebre

y olvidar los días malos.

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Todo en mi casa era un alboroto

por un, Jesús, que era niño,

 y el nombrado te traía unos corotos,

para demostrarte todo su cariño.

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Dos condiciones para eso, había:

que  escribieras una carta y te portaras bien.

Y  él la leería y vería lo que te  traía,

unos juguetes y los estrenos también.

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En verdad, a mí la ropa no me importaba,

yo sólo quería muchos, muchos juguetes.

Por eso, mejor que nunca me portaba

y, mejor aún más, cuando veía los paquetes.

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Recuerdo que andaba cantarina y feliz

pensando en lo que el niño me traería

y mi alegría tomaba el matiz

que al hecho, le imponía mi tía.

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Todo andaba bien, eso parecía,

pero, mi tío Marcos, llegó ese día

y comenzó a preguntarme qué tenía

y  yo feliz le dije que, el niño  Jesús venía.

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¿Y qué niño es ese, raicita?

Muy presuroso y riendo me inquirió.

¡A ti cómo que te engañaron, mijita!

¿Tú no sabes quién es el niño?

Preguntó.

Con la garganta reseca le contesté,

 y mirándolo fijamente, lo increpé:

El que me trae regalos, porque es Dios.

 ¡A esa bendita idea le podéis decir adiós!

Jubiloso, él exclamó.

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 Y luego me dijo gustoso: ¿No queréis saber...

quién carajo es ese niño?

 ¡Claro! Le contesté, cómo no voy a querer…

Y le seguí la corriente, con un guiño.

 El tío Marcos se las traía y se las llevaba.

Era mi amigo y  mi compinche,

pero quería contrariar a mi tía

y conmigo hacía un bochinche.

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 Después de un largo silencio.

Me dijo: yo te lo voy a decir,

vos sabéis que no soy ¨ Prudencio¨

y, por que te lo diga, no te vais  a morir.

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Mirá mi amor, el niño Jesús es Margarita.

¡Ay, Dios! yo no lo podía creer.

Y de una pensé: mírenla con esa carita.

Pero, cómo lo iba yo a saber.

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¡Ahora, yo estaba asustada!

 Y el tío Marcos así siguió, con

su explicación continuada.

Y, me decía, yo te lo voy a  probar.

Y, así, en un armario se metió,

y unos mueblecitos para jugar,

de varios colores, sacó y me enseñó.

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¡Dios mío! ¿Y ahora qué hago, pensé?

Presurosa, a mi tío, le pregunté:

¿Tio qué hago?

No hacéis nada, me dijo, el vago,

Por qué yo, a ti nada te enseñé.

 A los días  pude comprobar

que  mi  tío  me dijo la verdad,

que nada había que enmendar

porque no lo hizo por maldad

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De ello, aprendí una gran lección,

a no mentir, ni por justa causa,

qué es la buena educación

 y tomarme para pensar, una pausa.

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La mentira tiene paticas muy cortas,

y cuando de niños curiosos se trata,

no se puede poner la torta,

y, mucho menos, meter la pata.

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¡Eso sí, gracias  al tío preferido,

nunca pude engañar a mis hijos,

fuí precavida no quería niño herido,

a mis hijos, su padre, la verdad les dijo!

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¡La mentira,nunca será un buen intento,

Ya que más tarde, lo que habrá es lamento!