No ya el sudor ajeno o propio,
sino lo que escribiste y el trabajo
inmenso que te supuso, atravesar
la frontera imperceptible de tu mundo
hasta este otro. Sin pretender herirse,
no hay poeta, y quizás no haya
persona tampoco.
Mas decidiste luchar, convocando
lucidez y tristeza, ambas, ambiciones sin
material riqueza. No hallando bajo tu frente,
más que locura y desamparo,
escuchaste tu voz, aferrándote a ella.
Luego, al alba, otras voces vinieron
a sumarse a la tuya lastimada.
Escritos, palabras, imágenes, que iban,
en tu mente, tejiendo su impúdica
alianza. Revistas, libros, textos breves,
pasquines de una vida forjada en literatura.
Hasta que olvidaste el mundo y su dolor.
Mas éste, en otras enunciaciones, no cejó
de atraerte hacia sus tierras. El dolor, humano,
redondo, complicado, ¿cómo sino?, te sirvió
para no aniquilarte. ©