Con mi languidez recostada sobre la cama,
con mi desconsuelo sosegado…pero aun herido,
y mi entusiasmo taciturno…estirado sobre el lecho…
aquí en mi alcoba…
guarida de mis amaneceres…
escondrijo de mis miedos,
aquí en mi aposento…
morada de mis sueños incumplidos,
aquí me despierto.
Abro los ojos…
y respiro intensamente…
me trasmito valor,
me inyecto ganas,
le hablo a mi interior desalentado,
y le suministro fortaleza.
Desayuno una dosis de esperanza,
y platico con mis adentros…
y me propongo intentarlo …una vez más…
hasta que queden fuerzas.
Entonces, me visto de confianza…con mi traje de héroe,
alzo la mirada…estreno una sonrisa…
y grabo de certeza mi reflejo en el espejo.
Reclino mi cabeza ante Dios…reconozco mis errores…
y susurro mi oración de la mañana…
“Padre mío…Todopoderoso…
Amo y Creador del universo,
renuncio a mi libre albedrío,
y que se cumpla tu sola voluntad,
la acepto con humildad,
dejó en tus manos mi destino.
Las bendiciones sobre mi…
serán para Gloria tuya Señor…
Príncipe del firmamento”
Dicha mi plegaría… salgo ilusionado.
Prendo los motores de esta vida intermitente,
y voy al encuentro con mi realidad titubeante,
embriagada a veces de soledad…
y otras veces contenta…regocijada y optimista.
Salgo a torearle a la cotidianidad…
que anda abrumada de nostalgia.
Me reanimo de paz…
le suspiro al futuro que vendrá,
desintegro las incertidumbres,
encadeno esa melancolía inoportuna…
que muchas veces suele volver a persuadirme.
Mi rutina se libera cada amanecer…
de esa tristeza que sentía…
y poco a poco me voy soltando…
y así el dolor se va disipando de mi existencia.
Me llené de luz…
me dejé irradiar de esa esencia...
y todo cambió…
todo es ahora diferente...
gracias a su amor…
como prueba de su encanto.