Tímida luna fría que te ocultas tras los visillos pasajeros para controlar mis movimientos desde el zénit de una noche inagotable. Ojo albino que miras hacia dentro, ¿de las interioridades del universo acaso penden estalactitas más afiladas que mis colmillos? Espera, no me contestes todavía, la noche es tan larga como para velar una ristra de solsticios. Dentro de unas horas te retirarás a tus aposentos y aún tendré que esperar un rato para poder presenciar la aurora.
Es esta una noche toda de lomo y sin rabo, no como el mío, erizado ya por mandato de la escarcha, y el viento aúlla al colarse por las rendijas de mi vigilia. En cambio yo, solo consigo sacarle entrecortados gallos a mi garganta cansada de aullar. La zorra me dice que tengo aullido de pito. Mira quien fue a hablar, la soprano de las tinieblas. Su aullido ha sido reconocido como la voz más espeluznante de la noche, es el mismísimo quejido del infierno. La primera vez que lo escuché era apenas un lobezno, cuando el resto de la manada dormía y me deslizaba entre las paredes de la cueva con sigilo de ninja para escaparme por la ventana con la idea de atrapar algún conejo. Al momento de oírlo, salí despavorido con el rabo entre las patas y me escondí en una mata de esparto durante toda la noche. Desde aquel sobresalto se terminaron mis escapadas nocturnas y aún hoy no lo tengo superado del todo. Es el único trauma que arrastro de la infancia. A veces la zorra que anda por aquí se me acerca por la espalda y me aúlla para gastarme bromas, pero ya estoy para pocas bromas. No sé si será zorra o zorro, es extraño pero por aquí siempre le llamamos \"la zorra\" aunque sea macho.
Has sido testigo de mis más trepidantes andanzas, querida luna, abnegada confidente, y por ti no pasan los años, siempre tan lozana y reluciente como el día en que te conocí, y no como yo, que hasta las liebres pasan por delante de mi hocico bailando la danza del vientre, porque saben que soy incapaz de atraparlas. Ni los ganaderos me toman ya en serio, y han intentado contratarme como lobo pastor. A causa de mis problemas cervicales, últimamente ni siquiera puedo levantar la cabeza para mirarte cuando alcanzas tus cotas más altas, y solo puedo verte cuando sales por el horizonte o antes de ponerte. Hasta las estrellas se han ido a hibernar pero tú nunca me abandonas, perla creciente.