Noche centinela, velas una sombra de aire enfermo
vagando sola, perdiéndote en rincones. Exclamas
en llamas sobre una palma de ceniza acalorada.
La respiración del mundo acorta su sentido,
quieren hacerse comprensibles los faroles turbios,
malas sangres de la boca de los mares extraen,
su conocimiento se desarrolla raíz en el cabello lacio
de una diosa que atormentada
pasea y pena, espiral
en el patio incansable su labio confiesa.
Tristezas de agua, lágrimas
caídas en grises vestidos tejidos con el humo puro de las islas.
Las islas del ensueño danzante, el palacio elevado como un cántico
de luz y de plata, una estrella coloreada en un idioma pasional.
Velos que ocultan miradas, muchachas gélidas,
invisibles en la niebla de piedra donde un camino termina
devorado por un llanto de un niño,
de un hombre que erguido en la cima de los mares divisa
inmune a los picazos de las fiebres,
con dientes y lanza marca de honor las combate valeroso,
el defensor de sus muros, no pisa el sueño que salado
lo espera vociferando paisajes imprevistos.
Copa de espumas verdes, lenguas
de bestias palpan seca la textura del día fértil
de esperanzas, época de renuevo,
primavera helada,
cubo de cristal, temores, flores
sacrificadas en el vientre construido de la Tierra.
Clamor de sabios, versos blancos
como nubes con puntos negros de maldad.
Y bailes, qué salten alrededor de esa figura
cabeza cuadrada, polvaredas empujan el sueño
como un saco con un muerto dentro sobre las montañas
para que el pueblo allí refugiado duerma, y recuerde lo que será.