Poetadsym

El poeta perfecto

Ella esperaba ansiosa que sus ojos se perdieran de pronto en ese universo que se presentaba a su vista. En sus manos estaba la promesa de una vida sin tapujos, de esa que desea perderse entre los laberintos recóndidos de lo que es el verdadero placer. Su boca deseaba pronunciar toda palabra que de ahí saliera para luego posarla en su propia piel, por lo que mientras comenzaba a leer, sus manos humedecíanse deseosas de perderse en ese universo que tanto prometían esas rimas. Y así comenzó su propia aventura:

Solo bastó para declarar la impaciencia que le prometía el primer verso como para que fuera suficiente el inicio húmedo que ella siempre deseaba tatuarse en cada abismo de su piel. 

Sus manos bajaron a la altura de su pecho, en donde se retorcía entre sus ardientes emociones, como embriagada por el licor libidinoso que le ofrecían esas rimas y que hacían temblar sus dedos con desesperación para seguir deseosos componiendo en sí misma esa melodía erótica que cantaban sus placeres al final de la segunda estrofa. 

A la altura de su ombligo, su desnudez ya ahora era total mientras su cuerpo aumentaba sus vibraciones en medio de ese calor que le brindaba la tercera estrofa, que en sus ojos entrecerrados gritaba “ven, tómame, hazme tuya; recita con tus labios en mí nuevas poesías\".

En la cuarta estrofa, ella ya se había perdido de este mundo terrenal, así como su mano se hundía entre sus piernas en busca del goce de ese paraíso prometido en esas letras. Su sudor aumentaba el ritmo de los latidos de su corazón que ahora parecía querer escapar por su boca mediante gemidos intensos de placer, que con el correr de las rimas se ahogaban más en su propia locura.

Al final de la noche, así como en el último verso, por fin sintió haberle declarado la guerra a ese silencio que le ahogaba entre los versos. Su arma fue disparada con un gemido brutal que demostraba que su corazón ya no pertenecía a ese cuerpo candente que se retorcía en su propio placer. Y de entre sí un, chorro le indicaba la paz para un nuevo armisticio, en el que solo el tiempo le dirá su duración hasta el inicio de una nueva guerra consigo misma, guerra que será iniciada como ahora, en otro inicio de otro verso; en el principio de otra estrofa que le prometerá un nuevo paraíso a ser disfrutado en el sudor de su piel, que al final será un arma perfecta para esa nueva guerra, inventada por el que ella creía su enemigo intimo, ese poeta que sólo ella conoce, el poeta que inventará para ella misma esa rima como arma, perteneciente a esa poesía erótica y perfecta, de ese poeta perfecto que ella siempre quiso poseer.