Asomado a la verja de la casa
en la que está el cadáver de Teresa
sufre el que la distancia no atraviesa
y la entrada prohibida no traspasa.
Su corazón se siente que lo arrasa
el pasado, aquel rapto que hoy le pesa.
Llora por dentro y esa verja besa
ya que hasta verla en su ataúd no pasa.
París, Madrid, la hija que tuvieron.
Los celos que le diera y que ellos fueron
los que a ella impulsaron a la huida.
“¡Oh Teresa, oh dolor…!”. Cuánto yo diera
porque ese Canto nunca se escribiera:
que es también epitafio de mi vida.
MUNDO ESCRITURA, FEBRERO 2021